domingo, 12 de agosto de 2007

El poder curativo de las personas

Juan era un hombre vencido por el tiempo. A su alrededor el mundo se movía deprisa, tanto que no era capaz de comprender estos cambios constantes de los "modernos". En sus setenta y seis años no podía decir que no hubiera habido momentos felices, pero los últimos ahora le parecían demasiado lejanos. Sus ojos, temblorosos y taciturnos, estaban ya más acostumbrados a recorrer minuciosamente los recuerdos de su pasado que las borrosas sombras ininteligibles del presente.

Juan guardaba silencio en el tren mientras miraba aquí y allá con gesto adusto. Su severidad guardaba una profunda desaprobación por esta u otra cosa. Ora le molestaban los niños que jugueteaban en el asiento de al lado, ora lamentaba tener que compartir asiento con gente venida de tan lejos. Su impecable silencio simplemente buscaba una excusa para romper a gritar su incomprensión. Porque Juan no quería ser entendido: no tenía la esperanza de que el presente fuera capaz de hacerlo. No quería que una palmada de aprobación le dijera que los setenta y seis años pasados habían merecido la pena. Tampoco pretendía que el presente le reconociera al pasado su gran deuda. Ni siquiera quería que su familia se acordara más de él y que lo tuviera en cuenta. Simplemente Juan quería que lo escucharan para tener la sensación de que seguía vivo.

Hacía semanas que no compartía una conversación genuina. Por supuesto, no había dejado de comunicarse con el mundo, pero en esos intercambios de palabras apenas podía reflejar su frustración por el mundo. Apenas comenzaba a hablar, la mayor parte de las veces con amabilidad, las menos groseramente, le distraían la conversación y la llevaban por otros derroteros. Porque Juan cree que tiene algo que decir. Tampoco es que piense que tiene mucho que decir, pero creía firmemente que la luz de su experiencia tiene un valor.

Juan está solo desde que se quedó viudo. Añora tiempos pasados porque, aunque se niega a reconocerlo, entonces era joven y tenía claro que era un hombre de su momento. Juan necesita hablar con la gente, pero ha perdido el tren de los tiempos. Ya casi nadie se esfuerza por escucharlo en el trayecto del tren. Me pregunto cuánto tiempo pasará hasta que el siguiente se tome la molestia en hacerlo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

En cierto modo me siento identificado con este Juan, del que hablas. Salvo por la edad, que no soy viudo, y que, por ahora, no tengo ningun interes en intentar hacer ver a nadie mi visión de las cosas. Quiero decir, ¿tengo yo algo que decir?, pues bueno, como todo el mundo, sí. Pero creo que es cuestión de vagancia y en menor medida de timidez, que no me apetece esforzarme en decir lo que quiero decir, e intentar hacer que la gente vea las cosas tal y como las veo o que al menos entienda mi visión de ellas.

Creo que he escrito mucho para no decir nada. Ves... precisamente a esto me refería, en lo que he escrito arriba.

Saludos, de un pobre hombre al borde de la muerte, al que han dejado abandonado todo el fin de semana y ha subsistido básicamente a base de pan y chocolate.

Óliver dijo...

Quizá, con mi tendencia a invertir secuencias y razonamientos, este post debería haber ido antes del dedicado a los tiempos modernos. Como entonces decíamos, algo le ocurre a esta sociedad, que se mueve muy deprisa y avanza muy despacio.

Yo creo que en cierta medida es normal sentirse identificado con "Juan". Todos somos unos incomprendidos en tal o cual forma. Parece que siempre es imposible explicar ese ligero detalle, ese matiz que nos distingue de cómo los demás nos encasillan y cómo nos encasillamos nosotros mismos.

Si me permites la erudición, decía Ortega que el mundo estaba dividido entre hombres-masa y "élites". Pero la élite no estaba compuesta sólo de los mejores, sino de aquéllos que, ya fuera por dichosos o desdichados, se veían distintos al resto. Yo creo que el elitismo le pudo a Ortega, intentando echar del saco de la élite a los señoritos y nobles y metiéndose a sí mismo y sus colegas filósofos en el mismo (y de paso a algún que otro proletario que le caía simpático). Pues si algo enseña la vida es que ese vivir las dichas y desdichas es lo que, en extremo, nos hace al tiempo seres únicos y uno más de la masa, lo que nos identifica con todos como especie y con ninguno como personas.

Anónimo dijo...

Que profundos os poneis leñes...

Por nuestra edad aun quedan millones de cosas para llegar a sentirse así, creo yo...
Aun no han llegado personas que escuchen de verdad (a algunos, pareja con la que ser cómplices en el Mundo, a todos, hijos a los que enseñar y para los cuales ser dioses...).

Dadle tiempo, que el viaje es largo...
Mientras tanto, disfrutad del paisaje y no olvideis dar alguna que otra cabezada, que se agradece un montón!!

Anónimo dijo...

No sólo no se escucha ya aquellos que ni desean ser escuchados, sino que, directamente y siento ser tan parca, ya no se escucha. Un beso Óliver.

Óliver dijo...

Si algo me ha dicho la alocada experiencia de esta mañana es que, aunque sea a ritmo de rock and roll, la gente sí que escucha. Incluso todavía es capaz de cantar junta...