domingo, 24 de junio de 2007

Cuatro pensamientos

Sé que nunca tus ojos se posarán sobre estas palabras y que sólo será el azar, y no tu voluntad, la que me regale algún día de éstos otra de tus miradas. Y, aún así, no pierdo las ganas de hacerte llegar mis últimos cuatro pensamientos.

Sí, como ves, la inercia me traído otra vez las frases rimbombantes e interminables y mi retórica melosa, ésa que inundaba todas mis antiguas cartas. Todavía me acuerdo de las reprimendas que me echabas por empantanar tu boletín literario con palabras abigarradas (sí, sigo usando “abigarrada”). No puedo evitarlo: es un poco lo que siento, es bastante lo que soy.

Resulta curioso que después de tanto tiempo de silencio entre nosotros no me quede el menor miedo de seguir escribiéndote a pecho descubierto, como siempre solía hacer. Es como si la distancia, ésa que se mide en segundos y metros, no fuera capaz de derribar las barreras de nuestra confianza. Mil kilómetros de distancia y cinco años de ausencia no pueden separar una sintonía hecha a golpe de recelos.

Con alegría, y una pizca de tristeza, recuerdo los coqueteos juveniles de miradas, y las frases entrecortadas que pretendían reflejar “tan hondo sentimiento”. ¡Ay, qué cursis que éramos! Yo lo sigo siendo. Entonces jugaba a dibujar poemas de los que eras el centro, mientras tú esquivabas con sonrisas y requiebros todos mis intentos. Debería odiarte por todo aquello que me hiciste pasar. Más cruel aún, debería haberte olvidado hace tiempo, pero cómo borrar de mi memoria esas conversaciones interminables, los largos paseos desde la estación del tren hasta el parque, las horas y horas que pasamos juntos en sordomuda complicidad.

El otro día decidí salir de mi monotonía y me puse a limpiar mi (¿nuestro?) apartamento. Aparecieron tus cosas, ésas que olvidaste en tu precipitada huida. Huida, ¿crees que es el verbo correcto? Tu rectitud académica me diría que exagero. Hay un montón de tonterías que no sé por qué conservo. En un rincón te siguen esperando. Te recuerdo y te vivo tal y como eras entonces, como si aún te tuviera dentro. Y es que, cuando no me doy cuenta, te sigo soñando como te quise.

Hace una hora más o menos he estado comiendo, en soledad y silencio. Todavía no sé si ha sido este pensamiento el que me ha invitado a escribirte estas líneas. La televisión se me ha estropeado, la radio no sabe hacerme compañía y la música... la música no sabe distraerme; para comer, no te la recomiendo. ¡Y tener que aguantar que digan por ahí que la tele es un mal invento! Ya quisiera ver yo a esos charlatanes, intelectuales de pro, tener que comer al son de la cuchara golpeando el puchero. Bueno, manchar, se mancha menos en cazuela, cierto es, tampoco vayamos a ponernos demasiado puntillosos. ¿Por qué será que todavía siento la necesidad de explicar cada cosa que te digo?

Cucharada va y cucharada viene he llegado a escuchar mi soledad en el silencio. Sin poder evitarlo, con ella se me ha colado tu recuerdo en mi segundo pensamiento.

Es un poco cierto que a estas paredes se le antojan todavía tu presencia. Siempre tuviste la virtud de saber esquivarlas. Hoy ponías una buena excusa, mañana encontrabas un compromiso ineludible o simplemente no decías nada para que fuese la callada tu respuesta. No te hicieron falta palabras directas ni sinceras. Poco a poco te fuiste sin que yo supiera de ello.

No es sólo que creyera que perdimos (¿o debería echarte en cara que nos hiciste perder?) un quizá o un “juntos”, o una suma de dos “solos” que siempre es mejor que cada cual se quede con su adentro. Lo sigo creyendo. Sabes que lo intenté y, a pesar de ello, aquí sigo, cucharada tras cucharada, saboreando el silencio.

Pero el que más me intriga de todos es mi primer pensamiento. Ése que creo que ha movido mi mano hasta estas últimas letras. He comprobado que han vuelto las palabras rimbombantes y mi mala prosa que soñó una vez hacerse verso. Con ellas, de sopetón, sin quererlo, se ha vuelto a instalar de una forma cándida tu recuerdo: tu mirada, tu sonrisa, tus gestos. Ese pasado suena halagüeño ante un presente en el que puedo oír el eco de mis pensamientos.

Mi primer, mi único, pensamiento revolotea al son de esas canciones que tanto nos gustaba escuchar juntos y que nos acompañaban hasta que nos vencía el sueño. Es un recuerdo alegre de un tiempo alegre para un día triste de un tiempo triste. Y, sin embargo, puedo decirte que después de tanto tiempo por fin soy libre y que ya no te quiero.

2 comentarios:

MacGuffin dijo...

Cuando uno dice eso, Olíver, ¿de veras lo cree? Mira que me lo pregunto porque yo soy de las que se lo dicen, de las que se lo comen, de las que se alimentan de una autoafirmación. Tengo una cabeza dotada para demoler sensaciones pero, cuando menos me lo espero, me veo tirada en la carretera (literalmente), varada y triste. Se te lee triste, estás triste, olvidaste pero no terminaste de sentir, cómo uno lleva, carga, vive con lo que el pasado le brindó, tiempos preciosos, descubrimientos, primeras veces, primeras sensaciones, ya no se vuelven a vivir igual. Yo también odio comer sola, no soporto el tintineo, ni lo deprisa que mastico para acabar cuanto antes con una rutina que te devuelve a tu lugar, que te sienta encima de una mesa hogareña, cotidiana, y melancólica. Yo no soy de esos progres que apagan la televisión, yo la pongo, me trago lo que sea como me trago la comida, y luego la apago, y enchufo la música, el ordenador o pongo en piloto automático el alma, para que no fría a recuerdos. Gracias por compartirte, celebro la apertura de un blog que promete, meloso, sí, tal vez, ¿quién no lo es? ¿quién no soñó convertir su prosa en poesía? ánimo, tendrás una lectora agazapada siempre que pueda.

Óliver dijo...

Entre el recuerdo y la esperanza, entre fantasía y realidad, al final sólo queda el poso de la melancolía, una especie de no saber qué ocurrió realmente. Eso es lo que termina formando parte de nosotros.

Las autoafirmaciones son portazos que nunca nos creemos. No importa si son ciertos o no, sino cuán bien cierran nuestros relatos.